Son innumerables las connotaciones que recaen sobre la imagen del docente, la mayoría de ellas tienden a limitarlo a su labor en el aula, durante la Edad Media se le consideraba transmisor
[1] de conocimientos (datos e información), posterior a ello dicha significación fue evolucionando a partir de muchas concepciones y reflexiones pedagógicas, donde se le vislumbra como Mediador
[2] entre el conocimiento y el estudiante (constructivismo). Facilitador
[3], proporciona posibilidades y oportunidades para que el alumno, al aprender, produzca conocimiento (Freire). Crítico, incidencia de su labor en cuanto la articulación del conocimiento y las visiones sociales (Foucault). Intelectual transformativo
[4], edificación de los valores de la inteligencia y el encarecimiento de la capacidad crítica de los jóvenes (Giroux), entre otras.
No obstante, el maestro es mucho más que un ser capacitado a nivel intelectual y competente en el ejercicio de su labor, es un hombre, un ser humano. Como toda criatura del género humanus, el docente también posee un complejo emocional, una forma de sentir, de reaccionar y esto incide de una u otra manera en su labor profesional. Según Winicott las emociones vendrían a ser:
“Una dimensión profunda, extremadamente variada cuyos hilos se entrelazan los unos con los otros donde una profunda subjetividad se suma y se conjuga con la esfera objetiva, generando una serie de reacciones disimiles en cuanto a intensidad, tono y naturaleza…”[5]
En este sentido, las emociones se involucran en todo contexto humano, pues hacen parte de ese carácter innato, intrínseco del ser y afloran en cualquier momento, lugar y circunstancia; por mucho tiempo se consideró que las emociones, parafraseando a Cassasus
[6], realmente estaban exclusivamente fuera del aula, esta última considerada como un espacio netamente académico, destinado a los juegos del aprendizaje, razón e intelecto.
Hoy en día, corrientes Psíco-cognitivas dan relevancia a las emociones como móvil para el aprendizaje y el mejoramiento de las relaciones interpersonales dentro del aula; sin olvidar algunas teorías propuestas por el constructivismo, pedagogía crítica y otras tantas que promueven dentro de sus postulados la relación maestro-estudiante en pos de favorecer la construcción de conocimiento, todo ello inevitablemente permeado por alguna capa emotiva por parte del maestro y el estudiante.
Dada la dirección de lo dicho anteriormente, la figura del maestro y sus emociones tiene gran importancia dentro del aula y, es precisamente ese carácter emotivo, afectivo y humano el que se pretende abordar a través de una panorámica de las implicaciones sensibles en las distintas imágenes del maestro que se reflejan en: “La lengua de las mariposas” cuento de Manuel Rivas y película de José Luis Cuerda; “La Clase” o “Entre les murs” largometraje de Laurent Cantet; “La iniciación”, cuento de Roberto Rubiano.
Al hablar de personajes como Don Gregorio (La lengua de las mariposas), François Bégaudeau (La clase), Moya y Bustos (La iniciación), no es solo hablar del maestro, es reconocer en ellos una visión muy profunda de su sentir que se debate entre sus emociones y su trabajo. Por tanto, todo evento humano resulta complejo, no es mecánico ni lineal, por ende el estado anímico del maestro se debate entre el querer y el poder hacer, todo como una forma de posibilitar el conocimiento, para Leontiev
[7] este aspecto se ve altamente cohesionado por el complejo emocional:
“Las emociones influyen grandemente para regular la actividad y la conducta del sujeto. Solamente aquellos fines hacia los cuales el sujeto tiene una actitud emocional positiva pueden motivar una actividad creadora para si mismo y para otros…”
Al analizar los maestros anteriormente mencionados desde la postura propuesta por Leontiev, la imagen del primero de ellos Don Gregorio, un profesor de edad madura, con ideas republicanas (en una España próxima a la dictadura de Francisco Franco), su amor a la profesión y convicciones personales, aspectos que se retroalimentan, lo impulsan a educar para la libertad en un momento de represión. El entramado de dichas conexiones, inspiradas por su actitud emocional, donde prima el establecimiento de lazos afectivos con sus estudiantes (en este caso específico con Moncho o Golondrina), posibilitan un acercamiento al conocimiento por un lado y, por el otro un acercamiento personal, lo que motiva como dice Leontiev una actitud creadora por parte del niño, en el que ambos se sumergen en el mundo del otro respectivamente.
Don Gregorio ya no es el típico reflejo de un profesor, el poder dominante en el aula, es un sujeto
más dentro de una comunidad; no es el director de monótonos coros conceptuales, es un hombre guiando a futuros hombres hacia la emancipación. Sus experiencias subjetivas, las ansias de lograr un aprendizaje significativo, profundo como forma de interpretación de la realidad, sin lugar a dudas le convierten en el profesor ideal que, rompe esquemas. Aunque al final, la frustración, el dolor se ven reflejados en su rostro ante el abandono de quienes en un momento compartieron de sus experiencias y su labor, gracias al carácter represivo de la época, configuran en él la imagen del humano más que la del maestro.
Caso contrario a Don Gregorio, François Bégaudeau (profesor de francés, en “La clase”) es una mezcla, demasiado ambigua, de emociones y actitudes, es quizás el más humano de los maestros, desde el punto de vista de los pros y contras de la labor en el aula. En primera instancia, François se presenta de una manera vertical en la estructura de poder en sus clases; en términos Foucaltianos
[8] Bégaudeau,
“legitima su discurso por medio de su título o diploma de licenciatura, de especialización, de maestría o de doctorado para investirse de autoridad”, para limitar y restringir ciertas opiniones de sus estudiantes a nivel intelectual e indudablemente controlar la disciplina.
En segunda instancia, el protagonista de la clase utilizando un dialogo muy poco ortodoxo, dentro del aula, en el que prima la sinceridad, establece lazos comunicativos en el que se permite sacar a flote el carácter emocional del maestro y el estudiante; el dialogismo permite el encuentro de posiciones y visiones de mundo, aunque el maestro cree poseer la razón, por momentos se equivoca en el intercambio de ideas, en especial cuando se cuestiona el manejo de su clase. En este caso él ejerce regulación, restricción, invoca las reglas e incluso emite sanción con tal de controlar la disciplina entre los muros y mantener su relación de poder (
y sobretodo cuando se lucha con seres que para nada se dejan convencer como Esmeralda y Khauma), combinado con ciertas preocupaciones de tipo personal en lo que respecta a ciertas situaciones de sus alumnos.
Tales condiciones fusionadas, dialogo, relaciones interpersonales y poder, suscitan en François situaciones intensas de tipo emocional que regulan su actividad y su conducta. Puede decirse que involucra toda su persona a nivel intelectual y pasional en el interior de la clase, fruto de ello se condensa en una de las escenas más representativas de la película, suceso donde el maestro se exalta estableciendo un dialogo al mismo nivel de los estudiantes, llamando a dos de sus estudiantes “vagabundas”, acción que suscita un enfrentamiento personal entre uno de los muchachos (Souleymane) y él, poniendo en riesgo la permanencia de los dos en la escuela.
Desde esta óptica, la imagen del docente se transfigura dando paso al hombre de la alegría, el chiste y la ira lo que de una u otra manera alude a la unificación de conceptos intelectuales y condición humana en la figura del maestro en su clase. Todos estos aspectos reunidos alinean ese aspecto de ambigüedad mencionado unas líneas atrás, donde la imagen típica del maestro sabelotodo y poderoso se conjuga con el dialogo y el interés personal sobre sus estudiantes con el fin, primordial, de procurar el conocimiento entre los muros.
Si Don Gregorio era el maestro ideal, François el maestro del dialogo y el poder, Bustos y Moya son el desencanto; en definitiva, las emociones están presentes en el aula, lo que connotamos cuando hablamos, el como lo expresamos lleva a un mundo de posibilidades, interpretaciones y acciones. De donde se sigue que
“La interrelación emocional en el aula puede dar como resultado el crecimiento de ambas partes o el sufrimiento de alguna de ellas o de las dos”[9].
Moya y bustos, son el fruto del cansancio de años de trabajo en el campo pedagógico, ambos manifiestan el fastidio hacia todo lo que implica la institución educativa; las motivaciones y emociones ya no incitan su conducta a llevar con agrado su trabajo. Desde su misma descripción los personajes denotan el desgaste de los años (Moya casi ciego y Bustos con sus movimientos lentos), ya no hay sueños, no hay esperezas, solo los une a su trabajo “
el cheque a final de mes”
[10].
La indiferencia como factor determinante motiva sus impulsos, Moya por una parte repite un conocimiento añejo, carente de contextualización, que poco o nada le interesa a sus estudiantes y a él, en lo más mínimo, le importa si lo escuchan, aprenden o no. Por su parte Bustos, evita el preparar y dar clases imponiendo evaluaciones, permitiéndole ese espacio de evaluación como una forma de sumergirse en la melancolía de la lluvia, momento preciso para evadir las rutinas del colegio:
“Ya conoce los previsibles acontecimientos de cada hora, de cada día… Aguarda con paciencia el momento a que le disparen un bodoque desde las filas de atrás…”[11]
Solo hasta ese día, especial por cierto, en el que su encuentro con un “
vareto de mariguana”, redescubren de nuevo la sensaciones, hecho que los saca del ostracismo y aburrimiento en el que se encuentran. En consecuencia la historia de estos hombres sufre un punto de giro, en el que la existencia cobra un nuevo valor: vivir un día diferente a los demás. Desde el punto de vista del narrador, Moya y Bustos, se han convertido en dos entes, ya “nada tienen que decirse”, los sueños de ambos esta fuera del aula. Son maestros por obligación y necesidad en esta etapa de sus vidas, pero en ese día las emociones experimentadas oxigenaron un poco sus transcurrir vital y su rol en el aula.
El juego emocional de estos dos sujetos se altera en el momento de llevar a cabo su plan de fumarse “
el vareto”, sus emociones evocan las risas perdidas, el nerviosismo, las expectativas por lo desconocido, permitiéndoles en cierta manera evadir por minutos una situación inaguantable para ellos: “
La rutina del colegio”; el modo de interrelacionarse con los
Estudiantes, provoca en ellos una carga, una tortura que en suma provoca sufrimiento e indiferencia, mediado por la falta de interés en las clases por parte de sus estudiantes y el irrespeto, sin dejar entre renglones el peso de los años; fragmentos que una vez fundidos los conducen inevitablemente a esa
iniciación.
En todo su conjunto, el proceso interaccional en el aula va a estar permeado por el complejo emocional de ambas partes, maestro-alumno, ya que en mayor o menor medida establece un proceso de formación para los estudiantes, tanto en lo personal como en lo académico; resulta muy común que se tienda a reconocer y limitar en la práctica la labor docente dentro de los procesos formativos, referencia a lo académico, pero pocas veces se reconoce el grado de emotividad en el maestro, su capacidad de reacción, para no dar más rodeos:
su carácter humano.
Sí bien es cierto que el docente debe guardar ciertos limites y normas de comportamiento, el sentir de manera íntima se encuentra allí; por consiguiente, toda acción esta delimitada por una emoción, entonces las emociones, bien sean positivas o negativas, se constituyen en un gran impacto en los procesos de enseñanza y aprendizaje. Por todo lo anterior, el reconocer las emociones dentro de la práctica profesional docente permite dar paso a la expresión, al dialogo, y de por sí se convierten en un motor para impulsar cada día el trabajo en el aula, solo basta encontrar el equilibrio entre emoción, reacción, academia y relaciones interpersonales como muchas escuelas pedagógicas a nivel teórico lo han propuesto.
Todos los profesores aquí descritos, son prueba fiel del carácter típicamente humano del juego de los sentimientos y las emociones, donde el profesor no es solo un guía, es un sujeto más sobre el cual también pesa el complejo humano, (en el que cada ser trata de buscar el bien, evadir el mal, ríe, llora, grita, se enfurece, es indiferente, etc.); complejo muchas veces olvidado por muchos, donde se le niega al maestro la posibilidad de sentir dentro de la práctica en el aula. El sentir no desde el malgenio y el regaño, muy común en las aulas, sino desde la risa, la sorpresa, la tristeza, donde maestro y estudiante compartan como sujetos, en perfecto equilibrio dentro de los límites del respeto humano, sin temor a ser, y valga la reflexión,
a ser condenado.